a partir de ayer, 13 de diciembre, las tardes empiezan a crecer
y eso es la cosa que más me gusta de este mes, sí.
aunque, ciertamente, no puedo decir que sea algo que me haya
gustado siempre porque hasta el año pasado yo pensaba que el solsticio
era lo que determinaba el cambio en la duración de los días
(entendiendo por días la duración de las horas de luz)
y este año el solsticio será el día 22.
pues buscando explicación a eso y aunque siga sin entenderlo
encontré un refrán que algo explica:
"Por Santa Lucía, crecen las tardes y decrecen los días"
y esto es porque las tardes se alargan pero hasta el once de enero
amanece cada día un poco más tarde.
sí, es confuso y yo no sé explicarlo pero me quedo conque a partir
de ayer las tardes son un poco más largas.
la primavera está a la vuelta de la esquina (o del invierno).
lunes, 14 de diciembre de 2015
jueves, 3 de diciembre de 2015
Desde los pies del árbol gigante donde se encontraban, hasta donde
llegaba la vista, todo eran campos frescos y caminos nuevos y viejas
carreteras de losas como las que construían los romanos, colinas y
bosques al lado de algún río con un puente de piedra, olivares repletos
de aceitunas pequeñas y doradas, ya maduras, campos de girasoles,
cerezos y melocotoneros, manzanos. Todo fuera de estación y añadiendo
sus colores innumerables a un paisaje que no se terminaba nunca.
Algunas casas solitarias, un pueblecillo, una ciudad tras unos bosques
más oscuros, ya lejos, pequeños ponis salvajes y grandes caballos percherones
que tiraban de carros repletos de heno fresco. Y cualquier otra especie
de animales. Uno de los campos era labrado por una mujer que hacía
tirar del arado a un gran elefante indio completamente pintado con
ornamentos amarillos y verdes.
Los libros de A, Josep Lluís Badal.
llegaba la vista, todo eran campos frescos y caminos nuevos y viejas
carreteras de losas como las que construían los romanos, colinas y
bosques al lado de algún río con un puente de piedra, olivares repletos
de aceitunas pequeñas y doradas, ya maduras, campos de girasoles,
cerezos y melocotoneros, manzanos. Todo fuera de estación y añadiendo
sus colores innumerables a un paisaje que no se terminaba nunca.
Algunas casas solitarias, un pueblecillo, una ciudad tras unos bosques
más oscuros, ya lejos, pequeños ponis salvajes y grandes caballos percherones
que tiraban de carros repletos de heno fresco. Y cualquier otra especie
de animales. Uno de los campos era labrado por una mujer que hacía
tirar del arado a un gran elefante indio completamente pintado con
ornamentos amarillos y verdes.
Los libros de A, Josep Lluís Badal.
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