lejana es la voz de mi madre
llamándome a cenar, mientras yo corro a los trigales.
Estamos lejos como una pelota que ha fallado el tiro
y se va hacia el cielo, vivimos
como termómetros que se necesitan sólo cuando
los vamos a mirar.
La realidad lejana me examina a diario
como un pasajero desconocido que me despierta en medio del camino
preguntando: ¿Es ese el autobús?
y yo le digo: Sí, pero quiero decir: No sé.
No sé dónde están las ciudades de tus abuelos
que pretenden negar todos los males conocidos
tanto como los remedios a base de paciencia.
Sueño con una casa en la colina de nuestros deseos,
para ver cómo las olas del mar van dibujando
el cardiograma de nuestras caídas y amores,
cómo la gente cree para no hundirse
y cómo camina para no ser olvidada.
Lejanas son todas las cabañas en las que nos escondimos de la lluvia
y del dolor de las ciervas muriéndose ante cazadores
mucho más solitarios que hambrientos.
El instante lejano me pregunta a diario:
¿Es esa la ventana? ¿Es esa la vida? y yo le digo:
Sí, pero en realidad: No sé; no sé cuándo
van a hablar los pájaros sin pronunciar un cielo.
Nikola Mazdirov, Lo que dijimos nos persigue.
Traducción de Yolanda Castaño y Marija Petrovska.