Esta mañana, al volver de mi paseo, he oído unos quejidos a lo lejos. Me he ido acercando y he entrevisto un perro. Parecía un mastín.
Con precaución y un palo en la mano (algún mastín me ha dado un susto) he llegado hasta el. Estaba atado, famélico y con una herida espantosa en una pata, llena de moscas y gusanos.
Me ha dejado tocarle, deseaba caricias. Le he soltado, por lo menos que pudiera moverse.
Después he llamado al Seprona.
Tenía microchip.
Me pregunto quien es capaz de dejar a un animal en ese estado.
Pero no hay que pensar mucho.
Los mismos que matan a su mujer a golpes o violan a una criatura de tres años.
Los mismos que ponen bombas en un mercado.
Los mismos.
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