Yo pensaba entonces emocionado en Proust,
en su cuarto sobrecalentado de paredes de corcho, que se habría sorprendido mucho y quizá emocionado al saber que,
veinticinco años después de su muerte unos prisioneros polacos,
tras toda una jornada pasada en la nieve y el frío,
que a menudo llegaba a los 40º bajo cero, escuchaban
con intenso interés la historia de la duquesa de Guermantes, la muerte de Bergotte
y todo aquello de lo que yo podía acordarme de ese mundo
de preciosos descubrimientos psicológicos y de belleza literaria.
Proust contra la decadencia, Conferencias en el campo de Griazowietz, Józef Czapski
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