Hacernos dignos del placer infrecuente ya es una recompensa.
No merecemos a menudo esa suerte de halago,
y por ello, si el placer condesciende en nosotros
-como siempre sereno, violento como siempre-,
debemos de saber apreciar su excepción, y serenos, violentos
habitarlo, como una escapatoria decisiva.
Pero también por ello-porque no se acomoda
a esa urgencia con que a veces solemos perseguirlo-,
hay un placer malsano en permitir que ese placer se arruine,
en asistir a nuestras ocasiones fracasadas tal vez,
en no tomar los trenes de las vidas ya irrecuperables.
Es un placer contrario, un oscuro placer que desperdicia un cuerpo,
o permite que un viaje no se inicie jamas,
un placer que disipa la noche permaneciendo al margen.
Es un placer lujoso y en todo semejante a una condena.
Este poema es de Carlos Marzal, de su libro "La vida de frontera".
Directo al estómago.
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