miércoles, 3 de abril de 2013

  Más adelante, en la vida, confías en descansar un poco,
¿no? crees que te lo mereces. Yo sí, en todo caso.
Pero entonces empiezas a comprender que a la vida no
le incumbe recompensar el mérito.
  Además, cuando eres joven piensas que puedes
predecir los sufrimientos y la desolación que es
probable que te depare la edad. Te imaginas solo, divorciado,
viudo; los hijos se alejan de ti, los amigos se mueren.
Te imaginas la pérdida de tu posición, la pérdida del
deseo… y la capacidad de suscitarlo. Puedes ir más allá
y pensar en la muerte que se avecina y que, a pesar de
la compañía que puedas procurarte, hay que afrontarla
siempre solo. Pero esto es adelantarse. Lo que no haces
es anticiparte y luego imaginarte mirando hacia atrás
desde un punto futuro. Aprendiendo las nuevas emociones
que el tiempo trae. Descubriendo, por ejemplo, que a
medida que los testigos de tu vida disminuyen, hay
menos corroboración y, por consiguiente, menos certeza
de lo que eres o has sido. Aunque frecuentemente hayas
consignado cosas -en palabras, sonidos, imágenes-, tal
vez descubras que te has dedicado a tomar notas de
las cosas que no valía la pena anotar.

El sentido de un final, Julian Barnes.