jueves, 20 de octubre de 2016

El cielo de los animales

Aquí están con los dulces ojos abiertos.
Es un bosque
si han vivido en un bosque.
Si han vivido en la llanura,
es hierba lo que se extiende
para siempre bajo sus patas.

Al no tener alma, vinieron,
de todas formas, sin saberlo.
Sus instintos florecen
y se levantan con los dulces ojos abiertos.

Para hermanarse con ellos, el paisaje florece,
excede lo necesario,
el bosque más frondoso,
el más profundo campo.

Para algunos
el lugar no sería lo que es sin la sangre
cazan, como han cazado,
pero con garras y dientes perfectos,

aún más letales de lo que suponen,
acechan con un mayor silencio
y se agazapan sobre las ramas.

Y su descenso
sobre los lomos brillantes de sus presas
puede tardar años
de dicha que se cierne soberana.

Y los que son cazados
saben que esto es su recompensa: caminar
bajo esos árboles, sabiendo
qué está gloriosamente encima de ellos.

Y no sentir ya miedo
sino aceptación,
el indoloro cumplimiento de si mismos.
Y en el centro del ciclo
caminan, tiemblan bajo el árbol,
caen, son destrozados, se levantan
y caminan de nuevo.

(hoy encontré este poema de James Dickey y he hecho una versión a partir de las de Tom Maver y José Emilio Pacheco.)

martes, 11 de octubre de 2016

Estorninos

Algunas cosas no pueden ser atrapadas en palabras,
los estorninos en un río de octubre, por ejemplo:
el modo en que se elevan desde el borde de un tejado en una nube
dirigida por un coreógrafo oculto;

el modo en que suben, se agrupan y descienden,
tirando de alguna arteria desconocida del corazón humano;

el modo en que la nube se rompe y fusiona
las partes inferiores de las alas recogiendo toda la luz
que quedaba en el cielo del crepúsculo;

el modo en que vuelan y confluyen hacia el tejado de un depósito,
un pájaro marrón tras otro.

Aves de invierno y otros poemas, Moya Cannon (traducción de Jorge Fondebrider).