jueves, 26 de febrero de 2009

de mis insomnios

hoy me he acordado de cuando buscaba palabras que cambiaran de significado al ponerlas en diminutivo (los otros diminutivos no me gustan mucho, siempre he preferido un beso a un besito).

he encontrado una lista corta:

- trampa - trampilla.
- ventana - ventanilla.
- pesada - pesadilla.
- tira - tirita.
- bomba - bombilla.
- INFIERNO - INFIERNILLO!!

(cualquier contribución es bienvenida)
:)

miércoles, 25 de febrero de 2009

"Al parecer huir es poco glorioso. Lástima, porque es muy agradable. La huida proporciona la más formidable sensación de libertad que se pueda experimentar. Te sientes más libre huyendo que si no tienes nada de lo que huir."


Amélie Nothomb. Ni de Eva ni de Adán.

lunes, 23 de febrero de 2009

Ocho señales

Prohibido guardar deseos en el bolsillo.
Prohibido clavar mariposas en el corcho.
Se permite tararear en clase, en la oficina, en la iglesia.
Se permite patalear cuando no guste la función.
Prohibido contar estrellas mirando al techo de tu casa.
Prohibido hacer caso a los que leen las líneas de la mano.
Se permite cambiar los sentimientos a diario.
Se permite desear, acariciar, desaparecer.

(de Infinitivo) Juan de Dios García

lunes, 16 de febrero de 2009

Vonnegut

Saqué este libro de la biblioteca pese a su portada espantosa.




Tuve que cubrirla.




Pero la portada no le hace justicia al interior.
Así comienza:

"A los aún no nacidos, a todas las inocentes partículas de la inmensidad amorfa: mucho cuidado con la vida. Yo pillé la vida, la contraje. Yo era una partícula de la inmensidad amorfa cuando, de pronto, se me abrió una mirilla
y me entraron la luz y los sonidos. Unas voces empezaron a describirme a mí y a mi entorno.
Nada de lo que decían admitía réplica. Decían que yo era un niño llamado Rudolph Waltz y punto. Decían que era el año 1932 y punto. Decían que estaba en Midland, Ohio y punto.
No paraban de hablar. Año tras año iban acumulando detalles y más detalles. Y así siguen. ¿Sabéis que dicen ahora?. Que estamos en 1982 y que tengo cincuenta años.
Bla, bla, bla."

El francotirador, Kurt Vonnegut


Vonnegut es un escritor delirante, sarcástico y lúcido. Crea adicción.

Su feliz descubrimiento se lo debo a Netalga (te debo una, compañera).

sábado, 14 de febrero de 2009

Manifiesto de la Sociedad de Observación de Nubes

Creemos que las nubes reciben un trato injusto y que la vida sería infinitamente pobre sin ellas.

Pensamos que las nubes son la poesía de la naturaleza y el más igualitario de sus despliegues, ya que todo el mundo cuenta con una estupenda vista de ellas.

Nos comprometemos a luchar contra la obsesión por los cielos azules allí donde la encontremos. La vida sería muy aburrida si día tras día tuviésemos que alzar los ojos hacia una monotonía sin nubes.

Pretendemos recordarle a la gente que las nubes son expresiones de los cambios de humor de la atmósfera y que pueden interpretarse como las del rostro de una persona.

Creemos que las nubes son para soñadores y que su contemplación beneficia el alma. De hecho, los que piensen en las formas que ven en ellas se ahorrarán las facturas del psicoanalista.

Así pues, declaramos ante todo aquel que quiera escuchar:

Alza la vista, maravíllate ante su efímera belleza y vive la vida con la cabeza en las nubes.

Guía del Observador de Nubes, Gavin Pretor-Pinney (fundador de la Cloud Appreciation Society).


Me adhiero a este manifiesto. Hoy hace un día de monótono cielo azul, solo unos tímidos cirros.
Qué aburrido.

martes, 10 de febrero de 2009

La enfermedad de Cupido

Natasha K., una mujer inteligente de noventa años, acudió recientemente a nuestra clínica. Explicó que poco después de cumplir los ochenta y ocho advirtió «un cambio». ¿Qué clase de cambio?, le preguntamos.

–¡Delicioso! –exclamó–. Era muy agradable. Me sentía con mucha más energía, más viva... me sentía joven otra vez. Empezaron a interesarme los hombres jóvenes. Empecé a sentirme, digamos, «retozona»... sí, retozona.

–¿Y eso era un problema?

–No, al principio no. Me sentía bien, extremadamente bien... ¿por qué iba a pensar yo que pudiese haber problemas?

–¿Y después?

–Mis amistades empezaron a preocuparse. Al principio decían: «Estás radiante... ¡Parece que has rejuvenecido!», pero luego empezaron a pensar que aquello no era del todo... razonable. «Tú eras siempre tan tímida», «y ahora eres una frívola: Andas siempre riéndote, cuentas chistes... ¿tú crees que está bien eso a tu edad?».

–¿Y cómo se sentía usted?

–Yo estaba desconcertada. Me había dejado llevar, y no se me había ocurrido poner en entredicho lo que estaba pasando. Pero entonces lo hice. Me dije: «Natasha, tienes ochenta y nueve, esto ya dura un año. Siempre fuiste tan moderada en tus sentimientos... ¡y ahora esta extravagancia! Eres una mujer vieja, casi al final de la vida. ¿Qué podría justificar una euforia repentina como ésta?». Y en cuanto pensé en euforia, las cosas adquirieron un nuevo aspecto... «Estás enferma, querida», me dije. «¡Te sientes demasiado bien, tienes que estar mala!»

–¿Mala? ¿Emotivamente? ¿Mala mentalmente?

–No, emotivamente no... mala físicamente. Era algo de mi cuerpo, de mi cerebro, lo que me ponía tan eufórica. Y entonces pensé... ¡maldita sea, esto es la enfermedad de Cupido!

–¿La enfermedad de Cupido? –repetí, sin comprender. Era la primera vez que oía aquello.

–Sí, la enfermedad de Cupido... la sífilis, comprende. Es que yo estuve en un burdel en Salónica, hace casi setenta años. Cogí la sífilis... muchas de las chicas la tenían... le llamábamos la enfermedad de Cupido. Mi marido me salvó, me sacó de allí, hizo que me la trataran. Eso fue muchos años antes de la penicilina, claro. ¿No es posible que haya seguido conmigo durante todos estos años?

Puede haber un inmenso período de latencia entre la infección primaria y la aparición de neurosífilis, sobre todo si la infección primaria ha sido contenida, no erradicada. Yo tuve un paciente, tratado con Salvarsán por el propio Ehrlich, que manifestó tabes dorsalis (una forma de neurosífilis) más de cincuenta años después.
Pero yo no me había encontrado nunca con un intervalo de setenta años... ni con un autodiagnóstico de sífilis cerebral expuesto con aquella tranquilidad y claridad.

–Es una sugerencia sorprendente –contesté después de pensármelo un poco–. Nunca se me habría ocurrido... pero quizás tenga usted razón.

Tenía razón; el fluido espinal dio positivo, tenía neurosífilis, eran realmente las espiroquetas las que estimulaban su córtex cerebral antiguo. Se planteó entonces la cuestión del tratamiento. Pero surgía aquí otro dilema, que planteó, con su agudeza característica, la propia señora K. –No sé si quiero curarlo –dijo–. Ya sé que es una enfermedad, pero me ha hecho sentirme bien. He disfrutado de ella, aún sigo disfrutando, no voy a negarlo. Hacía veinte años que no me sentía tan viva, tan animada. Ha sido divertido. Pero sé muy bien cuando una cosa buena va demasiado lejos, y deja de ser buena. He tenido ideas, he tenido impulsos, no le contaré, que son... bueno, embarazosos y estúpidos. Era como estar un poco ida, un poco achispada, al principio, pero si la cosa va más lejos...
Remedó a un demente espasmódico y babeante. Luego continuó:

–Pensé que lo que tenía era la enfermedad de Cupido, por eso acudí a ustedes. No quiero que la cosa se ponga peor, eso sería horroroso; pero no quiero que me cure... eso sería igual de malo. Hasta que me asaltó esto yo no me sentía plenamente viva. ¿Cree usted que podría mantenerla exactamente como está?

Lo pensamos un rato y nuestra vía de actuación, afortunadamente, estaba clara. Le hemos administrado penicilina, que ha matado las espiroquetas, pero que nada puede hacer para eliminar los cambios cerebrales, las desinhibiciones, que las espiroquetas han causado.

Y ahora la señora K. tiene ambas cosas, disfruta de una desinhibición suave, una liberación del pensamiento y el impulso, sin nada que amenace su control de sí misma y sin el peligro de una mayor lesión del córtex. Alberga la esperanza de vivir, reanimada así, rejuvenecida, hasta los cien.

–Es curioso –me dice–. Ha conseguido usted jugársela a Cupido.


Oliver Sacks, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.



Todo lo que escribe Oliver Sacks es fas-ci-nan-te...

martes, 3 de febrero de 2009

La senda desvelada



Solo la nieve hizo visible la esquiva senda que no conseguía fotografiar.