miércoles, 30 de abril de 2014

Canto absoluto a la libertad

Su herida golpead de vez en cuando; 
no dejadla jamás que cicatrice. 
Que arroje sangre fresca su dolor 
y eterno viva en su raíz el llanto. 
Si se arranca a volar, gritadle a voces 
su culpa: ¡ que recuerde! 
Arrojadle pellas de barro oscuro al rostro. 
Si en su palabra crecen las flores nuevamente, 
pisad su savia roja 
hasta que nazcan lívidas, como manos de muerto. 
Talad: que no descuelle 
su corazón de música oprimida. 
Porque esa es vuestra ley, 
tan extraña a la mía: 
si un río se alza para hablar con la luna, 
ponedle un dique oscuro. 
Si una estrella olvidando su distancia 
se mece en los agraces labios de un muchacho, 
denunciadla a los astros. 
Cuando un corzo se beba la libertad y el bosque, 
atadlo como a un perro. 
Si hay algún pez que aprende a vivir sin el agua, 
negadle orilla y tierra.
Si el alba se deslumbra con claridad ajada, 
poned las hojas verdes de la noche en sus ojos. 
Si hay un hombre que tiene el corazón de viento, 
llenádselo de piedras 
y hundidle la rodilla sobre el pecho.

Marcos Ana, Las soledades del muro.



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