Han talado la acacia.
El jardín me parece muy pequeño pero los árboles han crecido mucho (puedo recordar cada piedra del jardín, cada árbol).
También hay árboles nuevos.
No he visto el ciruelo que tanto quería ni el chopo enorme que era mi casa (ese mismo chopo en el que estaba cuando pensé: querría tener siempre nueve años) pero la valla recubierta de hiedra no me dejaba ver mucho.
La casa está casi igual aunque han añadido un horroroso cerramiento de
aluminio dorado en el porche del salón.
El porche de la cocina sí es el mismo en el que desayunábamos en verano, felices desayunos de la infancia.
La tumba del primer perro que tuve está debajo del asfalto.
Hay avisos por todas partes de que está conectada la alarma.
No he querido demorarme mucho, alguien que ronda una casa siempre es sospechoso.
Aunque sea alguien que pasó allí toda su infancia.
Melancolía.
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