Vende sus pequeños cuadros los fines de semana en St Sulpice.
Vive en Rouen y viaja en tren hasta París.
Duerme en casa de su prima.
Parece feliz (o me engaño).
Sus cuadros representan gallinas, pollitos, petirrojos, carboneros, niños en la playa.
Cuestan entre cinco y quince euros.
La veo y me enternece.
Compro un pequeño petirrojo.
Pero yo, últimamente, no soy imparcial.
Demasiada sensibilidad exacerbada.
Me doy miedo.
3 comentarios:
La felicidad al final empieza cuando no te preguntas nunca si eres feliz. Te lo digo yo...
A mi me dolería no tener sensibilidad... O no, porque supongo que entonces nada nos afectaría, ni lo bueno, ni lo malo, ni el amor, ni el dolor...
j'aime cette femme, son illusion d'artiste-peintre et son tailleur bleu ciel un peu démodé...
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