Y de pronto mi memoria empieza a funcionar de forma autónoma.
Los días de París, en los que no me sentí con fuerzas para ¿reclamarte?. En especial la tarde en la que vimos a las maravillosas africanas en el parque. Me sentí tan incapaz de traspasar tus murallas. La adolescente sensación de no ser capaz de besar a quien más deseas. Tan tonto como eso. Hubiera necesitado de tu complicidad en la transgresión.
Tengo un recuerdo tan físico de ese momento. Puedo recordar la calle, la luz, la temperatura. Puedo recordar hasta tu brazo sobre mi hombro y su peso. Mi indecisión.
Es tan curioso. Hay momentos en que casi es dolorosa tu cercanía y otros en que tu ausencia, aunque estés físicamente, es cierta y también dolorosa.
Y me gusta ser capaz de analizarlo y de alguna manera disfrutarlo.
Intentar disfrutarlo todo, incluso el dolor. Creo que lo único que merece la pena es intentar apurarlo todo. Intentar ser consciente en cada momento. Que nada se pierda. Que todas las sensaciones valgan para algo. Vivir todo con intensidad, porque nunca más va a suceder. Habrá otros momentos, pero este preciso está perdido ya. Y saberlo. Y que no se convierta en algo que oprime sino en algo que de alas.
La dolorosa y gozosa sensación de fugacidad.
Todos los días me visto para la muerte.
1 comentario:
No hay otro camino, Schichimi. Y si lo hay, nos ha sido vedado el recorrerlo.
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